sábado, 18 de febrero de 2012

ME ACUERDO

Me acuerdo de la impresión que me produjo contemplar por primera vez y muy cerca las impresionantes pirámides de Gizeh. Llegamos de noche y por tanto no se veía nada. Durante el espectáculo de luz y sonido se iluminaron de pronto y se me cortó la respiración.

Me acuerdo de la emoción que me embargó cuando ví, sentada yo en el transportín del avión en mi primer vuelo, el nombre de Iberia pintado en la puerta. Se había cumplido mi sueño.

Me acuerdo de la primera vez que ví el nacimiento de un niño, yo era estudiante de emfermería y como estaba en el paritorio, lloré de la emoción. El padre asustado me preguntó si a su bebé le sucedía algo malo.

Me acuerdo de cuando contemplé por primera vez desde el monumento del Corcovado la bellísima panorámica de la ciudad de Rio de Janeiro.

Me acuerdo cuando veo algún perro pastor alemán de mi perro Kaiser.Nunca le olvidaré.

Me acuerdo del tacto áspero de la barba de mi padre. Me acercaba la cara sin afeitar y me hacía rabiar.

Me acuerdo del tacto suave como de melocotón de la piel de mis hijos cuando eran bebés.

Me acuerdo del tacto frio y del repelús que me produjo tocar una serpiente que llevaron al colegio en la clase de ciencias naturales.

Me acuerdo de cuando cepillaba mi perro, el tacto de su pelo suave y brillante.

Me acuerdo de la emoción que me produjo el contacto de nuestras manos fuertemente unidas por vez primera.

Me acuerdo, aquí, tierra adentro del sonido del mar, ese mar bravo y frio al que siempre vuelvo.

Me acuerdo del sonido dulce y cariñoso de la voz de mi abuela, dándome consejos, riñéndome sin reñir, dándome su inolvidable ejemplo.

Me acuerdo del sonido de la gaita de mi tierra. Cada vez que la escucho me emociona.

Me acuerdo del griterío que se montaba a la salida de mi colegio. Salíamos como toros del toril.

Me acuerdo con emoción del primer signo vital de mi nietecita. El sonido de su llanto fué como un rayo de esperanza.

Me acuerdo del sabor del chocolate con pan de las meriendas de mi infancia.

Me acuerdo del sabor salobre de las gambas que me daba mi padre, sentada yo sobre el mostrador del bar en el que él solía tomar el aperitivo.

Me acuerdo de como me gustaban las tiras de regaliz negro que me dejaban la boca digna de mi apellido.

Me acuerdo del sabor del chocolate caliente que preparaba mi abuela en la chocolatera de cobre, mientras los nietos esperábamos impacientes con las tazas sobre la mesa.

Me acuerdo del sabor ácido y refrescante de las manzanas que caían del manzano que había en el me daba jardín de mi infancia, eran verdes y duras pero de un sabor único.

Me acuerdo del olor del jabón Heno de Pravia con el que mi madre me bañaba. Me enjabonaba y frotaba tanto que dolía. Cuántas veces después he tenido ese jabón en mis manos pero ya no es el mismo olor que yo recuerdo.

Me acuerdo del olor de la ropa planchada. La planchaba mi madre con aquellas planchas de hierro que ponía sobre la superficie de la cocina de leña. La ropa olía a yerba, a sol, todo eso se concentraba con la plancha. Yo ponía mi cara sobre la pila de ropa y mi madre me daba algún que otro capón.

Me acuerdo del olor a frescura, a colonia en el pelo mojado que se ponía Juan. Creo que era Yacht Man. Me encantaba y así poco a poco me fuí fijando en más cosas.

Me acuerdo del olor a bebé cuando bañaba a mis hijos.

Me acuerdo de como olían a hierba recién cortada los prados cercanos a la casa de mi niñez. La apilaban y formaban las varas donde se secaba. Ese olor llegaba e inundaba toda la casa en verano.

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