Anochece. Escucho como las ramas del arce dominadas por el viento golpean los cristales de la ventana del cuarto. Hoy hay como un presagio de lluvia.
Las hojas se revuelven agitadas mostrando unas veces la cara, otras el revés...
A mí siempre me ha gustado más la parte del revés. En ella, se ve claramente su carácter, la fortaleza de su nervadura, el apunte de sus enfermedades, el ataque de las plagas...
La parte superior es de una belleza lisa que disimula sus debilidades y sus defectos. Los encubre brillando mas y esbozando apenas el sentido de sus vías. Sin embargo ambas caras se marchitan a un tiempo y caen ajadas, alfombrando el suelo de noviembre.
Me giro en la cama con dificultad, mi campo visual se centra ahora en la aséptica pared, iluminada por la luz que entra de la calle y que proyecta el desenfrenado baile de las hojas en ella. El ruido que éstas producen coartan mi encuentro con el sueño pero yo, a pesar de mi estado febril, me resisto a perder la consciencia.
No quiero perderme el encuentro contigo, ese que se produce desde hace un tiempo y últimamente cada noche.
¡Por fin! ya siento la suave brisa que te precede y que acaricia mi rostro como el vuelo de una mariposa, escucho tus pasos tenues, tu susurro en mi oido, tu respiración contenida, percibo la humedad de tus labios posándose en los míos...
Intento verte, pero ante mis ojos sólo están las sombras del arce reflejadas en la pared. No importa, porque ahora posas tu mano en mi vientre con suavidad y mi dolor desaparece. Tú me das la fuerza que necesito, y como en un ritual, me transportas a un mundo singular y desconocido.
Me siento como nunca antes. No hay lujuria en tus caricias, es algo inexplicable, no puedo verte y te siento, como siento la necesidad de esperarte y de entregarme a tí. Es ésta una felicidad nueva y desconocida. ¿Quién eres que me haces tanto bien?
Las hojas gimen con un crujido bajo mis pies. Levanto la vista y veo el arce que forma un caprichoso paraguas sobre mi cabeza. Desde aquí veo la ventana de la habitación que ocupé, la reconozco entre las numerosas que forman la fachada del hospital. Allí se quedó mi cuerpo frio e inerte como una hoja marchita.
Es un dia gris de otoño. No importa, hoy has entrado en mí, me has poseído como nunca hasta ahora.
Siento como si una savia renovadora corriera por mis venas. Empiezo un nuevo ciclo vital, no sé en que forma, pero sé que volverás a mí cuando finalice el recorrido y me abrirás los brazos y volveré a vivir.